El hombre místico (Mystical Man) – The Erich Neuman (Capítulo I)

Esta es una traducción libre del trabajo Mystical Man de Erich Neumann. La versión original en inglés de este artículo se encuentra en el libro The Mystic Vision (1982) editado por Joseph Campbell  y publicado por Bollingen. En el texto traducido se conserva, entre paréntesis, la numeración original del texto.

I

(375) El objeto del presente trabajo no es el misticismo sino el hombre místico. No nos ocuparemos del misticismo en general o en ninguna de las formas específicas en que se manifiesta, sino del vehículo del fenómeno místico, el hombre. La comprensión de los místicos, exponentes extremos del proceso místico, son, de seguro, una de nuestras principales tareas, pero, más que eso, esperamos determinar la significancia de lo místico para el hombre en general. Podemos formular el problema a tratar de la siguiente forma: ¿hasta qué punto es lo místico una fenómeno humano universal, y hasta qué punto el hombre es un homo mysticus?.

Es observando una limitación en dos sentidos que apuntamos no a una teología de lo místico sino a una antropología de lo místico. La primera es una limitación de naturaleza general. La experiencia fundamental del hombre moderno de la relatividad de su posición y su marco de referencia le impide en principio hacer sentencias tan absolutas como permitía la ingenuidad de los tiempos antiguos. La segunda y especial limitación consiste en lo siguiente: la experiencia del psicólogo comprende lo humano, no menos, pero a su vez no más, y no debe traspasar los límites de su experiencia. Lo que compensa con creces estas limitaciones es que el área psicológica de lo humano, el área del anthropos, se ha hecho tan vasta y (376) se presenta tan prodigiosa para nuestras indagaciones de la conciencia que debemos casi desistir de encontrar sus límites, aun cuando sigamos cada camino, así de profunda es su ley. Bajo el riesgo de repetir material que es más que familiar, debo en conexión con esto referir a las muchas cosas que el hombre antiguamente experimentaba como pertenecientes al mundo externo, pero que el hombre moderno reconoce como del mundo interno.

No se trata solo del animismo del hombre primitivo con sus múltiples lugares y animales cargados de mana, sus espíritus y demonios, no solo son los dioses del paganismo los que hemos reconocido como proyecciones de una experiencia psíquica interna. El judeo-cristianismo, así como los mundos religiosos fuera de Europa se han vuelto inteligibles para nosotros como proyecciones de experiencias que ocurren en el interior psicológico del anthropos. Este conocimiento sigue, por supuesto, a la ley general de que es mucho más fácil para nosotros sondear como proyecciones esos contenidos con los que no estamos inconsciente o afectivamente relacionados, pero de los que solo nuestra conciencia tiene conocimiento, que aquellos contenidos que se han originado en las profundidades de nuestro inconsciente, saturados como están de afectividad.

Esta imagen del anthropos rodeado por círculos de paraísos e infiernos que se originaron dentro de él, se asemeja al mandala de astrología ancestral. Pero una vez que el fenómeno de la proyección ha sido entendido, esta concepción de la posición del hombre en el cosmos se hace mucho más complicada, perdiendo en plasticidad lo que gana en dinamismo.

En nuestra nueva concepción del sistema del anthropos, hay un continuo movimiento entre el anthropos central, el hombre en el medio, y el mundo como su periferia. El mundo es el vehículo de las proyecciones del inconsciente, y con el desarrollo del yo humano, que recoge y hace conscientes estas proyecciones en el mundo, nuestra imagen tanto del cosmos como del hombre cambian. El cambio progresivo en la relación entre el hombre y el mundo se manifiesta en un cambio correspondiente en nuestra mirada del mundo e introduce un nuevo componente dinámico en el viejo mandala del anthropos; pero esto no es todo, dado que internamente el anthropos también se encuentra en un proceso continuo de transformación.

Este proceso se basa en la interrelación entre el ego, la consciencia y lo inconsciente, esto es, en el hecho de que la personalidad está continuamente cambiando desde su propio centro hacia afuera, por la acción espontánea del inconsciente creativo. Así la causa de la transformación del sistema del (377) anthropos se encuentra en la psique humana. El movimiento creativo inicial que cambia al hombre y con él al mundo  implica la inconstancia del mundo y el hombre, que es experimentada como la precariedad de su existencia.

El problema del inconsciente creativo, el problema central de la psicología profunda, es al mismo tiempo el problema central del misticismo y del hombre místico. Dado que el proceso creativo toma lugar fuera de la consciencia y que por lo tanto debe ser considerada como una experiencia en los límites del ego, cualquier intento de acercamiento a este vórtice central y primario es una empresa peligrosa. Está en la verdadera naturaleza de esta tarea que su objeto no pueda ser capturado por la intervención directa de la consciencia, sino que uno debe buscar el acercamiento al centro en cuestión a través de algún tipo de ritual circular, un acercamiento desde varios costados.

La situación de la psicología es tan paradójica porque el sujeto de conocimiento, el ego como centro de la consciencia, y el objeto, la psique que trata de comprender, están engranados, cada sistema forma parte de la personalidad. La interdependencia de estos sistemas y su interdependencia relativa provocan problemas psicológicos fundamentales.

Cualquier intento de abarcar el fenómeno del misticismo encuentra similares dificultades. Aquí el hombre como sujeto de la experiencia mística está inseparable y paradójicamente unido con su objeto, en cualquier forma que lo confronte.

Al hablar de antropología mística, esto es, una doctrina del hombre místico, como parte de una teoría general del hombre, tomamos una muy amplia, y justificadamente podríamos decir, vaga visión del misticismo. Reconocemos al misticismo no solo en la religión y  ciertamente no solo (378) del misticismo extático e interior. Para nosotros el misticismo es más bien una categoría fundamental de la experiencia humana que, psicológicamente hablando, se manifiesta donde la consciencia no se encuentra centrada efectivamente alrededor del ego.

Encontramos el elemento místico en el estado urobórico, el temprano estado psicológico de la unidad original, donde aun no hay una consciencia sistematizada, el estado caracterizado por lo que Lévy-Bruhl llamó participación mystique. En esta situación, donde el hombre y el mundo, el hombre y el grupo, ego e inconsciente están entremezclados, el elemento místico se manifiesta en el hecho de que el ego aun no se encuentra separado del no-ego.

La separación incompleta entre el ego y el no-ego es lo que caracteriza al estado urobórico original, que vive en la psique de la humanidad como el arquetipo de la completud paradisíaca. Para el ego, solitario e infeliz como consecuencia de su necesario desarrollo, esta imagen de una infancia perdida es un símbolo de pérdida irreparable. Esta imagen, por supuesto, se encuentra proyectada en el tiempo precedente al nacimiento del ego, que por su propia naturaleza es un vehículo de sufrimiento e imperfección. Por consiguiente, el estado de perfección es filogenéticamente un paraíso ubicado en el origen de la historia de la humanidad, mientras que ontogenéticamente es proyectada en el inicio de la vida individual como el paraíso de la infancia. Pero, así como sabemos que la condición humana original no era un estado natural Russeauniano, y que los primitivos no habitaban ningunas “islas felices”, también sabemos que la infancia no es paradisiaca y feliz, sino llena de problemas y peligros.

Aun así permanece una verdad eterna en esta imagen de perfección en la situación original, aun cuando comprendamos la proyección, aun cuando nuestros insights nos permitan ver en la doctrina teológica de la caída del hombre y el mundo como una falacia basada en falsa proyección histórica de este arquetipo.

(379) Permanece abierta la pregunta en torno a qué es lo que se debe hacer para prevenir que el ideal de este estado de perfección envenene a la humanidad. Porque una y otra vez el arduo camino heroico del ego a la consciencia y el sufrimiento es puesto en peligro por la magia de la tentación de buscar, o no partir de, el estado de perfección representada por la inconsciencia sin ego.

En el crecimiento de la humanidad es fundamentalmente el desarrollo hacia el ego, hacia la consciencia y la individualidad. Cada paso en este camino es arduo y lleno de sufrimientos. Solo en el curso de un proceso histórico largo la humanidad, siguiendo en el despertar del precursor creativo, el gran individuo, ha logrado desarrollar un ego relativamente independiente como centro de un sistema de consciencia.

Pero el desarrollo hacia el ego, hacia la individualidad y la consciencia se mantiene en inexorable conflicto con lo inconsciente. La formación de la consciencia y la confirmación del ego son posibles solo en la batalla con el poder engullidor de lo inconsciente, esto significa la separación del estado urobórico, desde el paraíso de la unidad indivisible y perfección. Así, el viaje heroico de la humanidad es el viaje de la claridad, diferenciación, y del conocimiento responsable del ego.

El camino del ego es, de seguro, un camino de consciencia, pero en el inicio no ha sido un camino “en” consciencia. Lo que es dado al hombre es siempre la relación del ego con el inconsciente y del mundo modificado por la proyección de imágenes del inconsciente. La consciencia surge a través de un proceso en el que ego se enfrenta al inconsciente, primero es derrotado, y luego emerge victorioso. El ego debe enfrentar las fuerzas del no-ego para establecer y extender su posición. Una parte de esta batalla es (380) llevada a cabo por la acción heroica del ego, que no arranca desde una posición de consciencia, pero toma posesión de sus contenidos, los lleva a los reinos de la consciencia y ahí los elabora (hace los contenidos accesibles a la comprensión conceptual, los hace sujeto de análisis, y sistemáticamente los usa para la construcción de una visión consciente del mundo).

Pero, a pesar de todo, ésta es la parte fácil del conflicto. Lo que hace la batalla peligrosa, y que por tanto establece al ego como heroico, es el descenso a las profundidades del inconsciente, el encuentro con el no-ego.

El desarrollo del ego y la consciencia, siendo un proceso progresivo dentro del desarrollo humano, depende de lo creativo, esto es, de la espontaneidad del no-ego, que se manifiesta en el proceso creativo que es por su propia naturaleza numinoso. El encuentro con lo numinoso constituye “el otro lado” del desarrollo de la consciencia y es por naturaleza “místico”.

El origen y desarrollo de la personalidad humana, así como la formación y desarrollo de la consciencia, están enraizadas en procesos que son místicos en el sentido que para nosotros tiene la palabra, y es lo que juega entre el ego, como vehículo de lo personal, y lo numinoso transpersonal. Solo el hombre occidental en la rigidez de su ego, en el encarcelamiento de su consciencia, puede fallar en reconocer la dependencia existencial del hombre en la fuerza que místicamente lo modifica, la fuerza que él vive y que vive dentro de él como su self creativo.

Es característico del proceso creativo que en él el ego no puede adherirse a su posición de consciencia, sino que debe exponerse al encuentro con el no-ego. Al hacer esto, el ego renuncia a la realidad consciente, en la que el mundo es experimentado como contradicción, y ocurre un encuentro entre el ego y el no-ego en el que las contradicciones del mundo, del ego y del self quedan suspendidas. Este encuentro, donde sea que ocurra, lo designamos como místico.

Con el fin de experimentar la realidad paradójica que se mantiene presente antes, fuera de, o detrás de la polarización del mundo y el self, la personalidad debe, por lo menos temporalmente, transformarse a sí misma y asumir una actitud que deja abierta la posibilidad de una unión entre el ego y el no-ego.

Cualquier experiencia numinosa, que tome cualquier forma, es mística. (381) El contenido numinoso posee una fascinación, una riqueza que se encuentra más allá del poder de la consciencia para aprehenderla y organizarla, una carga de energía que rebasa la consciencia. Por lo tanto el encuentro con ella convulsiona la personalidad toda y no solo la consciencia. En toda confrontación del ego con lo numinoso, emerge una situación en la que el ego “sale de sí mismo”, cae o es arrancado de su coraza de consciencia y puede retornar a sí mismo solo en una forma cambiada.

El encuentro con lo numinoso allana el camino para la aparición del espacio creativo del hombre, que es no otra cosa que un estado más allá de la consciencia. Esta manifestación se puede dar en la forma de una epifanía y confrontar al hombre desde afuera como un numen; su producto creativo es entonces una revelación. En este sentido el campo de la revelación se extiende mucho más allá de la jurisdicción de la historia religiosa, siendo para el hombre primitivo, que toma con seriedad la realidad psicológica, todos los fenómenos que nosotros designamos como “ideas”, “inspiración” o “noción” cosas “reveladas”. No solo religión, culto, y ritual, sino arte y moralidad también, provienen de revelación, a través del encuentro con lo numinoso.

Aunque el hombre moderno se encuentre familiarizado con el carácter místico de la revelación religiosa, con frecuencia falla en reconocer que el mismo fenómeno opera en todo proceso creativo y que por lo tanto determina toda la existencia de la humanidad.

No olvidemos lo siguiente: el hombre místico puede ser identificado como religioso, dado que toda su vida, consciente o inconscientemente confronta lo numinoso; pero no necesariamente tiene que ser un creyente en Dios. Nuestro insight en el ámbito o ubicuidad del fenómeno místico muestra que hay formas de la experiencia mística teístas y ateístas, panteístas y panenteístas, pero también materialistas e idealistas, extrovertidas e introvertidas, personales y transpersonales. La experiencia de Dios como lo sagrado representa solo una forma experimental y específica forma de misticismo; No es de ninguna manera la más común y quizá no sea la más significativa. Pero todas las formas de lo místico tienen en común la intensidad de la experiencia, el revolucionario y dinámico ímpetus de una evento psicológico que saca al ego de la estructura de su consciente; y en todas ellas lo numinoso aparece como la antítesis de la consciencia.

Para toda consciencia y ego, lo numinoso es aquello que es (382) “completamente diferente”; es indeterminable y libre. La categoría psicológica e autónomo, que la teoría de los complejos imputa a los contenidos inconscientes, hace referencia a la prodigiosa realidad de que lo numinoso es indeterminado, así prueba constantemente al ego su casi total dependencia en una avasallante fuerza incalculable.

Emergiendo como lo hace e una zona diametralmente opuesta a la consciencia, el numen es evasivo e indefinible; esto da cuenta de la posición de incertidumbre del ego humano pero también hace posible la revolución creativa de la personalidad humana. Siendo que, lado a lado con la revelación y el logro creativo que como fenómeno cultural es característico de la especie humana, aparece una tercera y decisiva forma de encuentro místico entre el ego y el no-ego: la metamorfosis.

En el proceso de encuentro con un númen, una transformación toma lugar; toma lugar en el hombre a quién el númen aparece, pero abarca al númen mismo también. Los dos polos del encuentro que designamos como místico, el ego y también el no-ego, son transformados en un proceso en el que la línea divisoria entre ellos es anulada de los dos lados.

La epifanía de aquello que hasta ese momento ha permanecido oculto requiere no sólo un ego al que manifestarse, sino, en un grado aun mayor, requiere de una acto de atención y devoción de parte del ego, una aptitud para ser “movido”, una voluntad para observar lo que quiere aparece. El hombre es el compañero de lo numinoso, dado que sólo en el hombre puede revelarse la epifanía numinosa. El desarrollo de la humanidad se encuentra articulada con el desarrollo de las formas de lo numinoso que, como la humanidad, emerge del anonimato inconsciente sin forma para hacerse visible como númen en la eterna procesión de la forma.

A la inversa, la consciencia humana es dependiente de la espontaneidad de lo numinoso. Esta interrelación ocurre dentro de lo que nosotros llamamos la personalidad humana. En este sentido, lo transpersonal numinoso tiene su lugar en el hombre y sólo en el hombr, dado que el hombre es el lugar del encuentro místico entre el ego y el no-ego. La realidad de este encuentro es uno de los hechos fundamentales de la existencia humana, y si designamos este encuentro y esta metamorfosis del ego y el (383) no-ego como mística, la categoría de lo místico es una categoría fundamental de la experiencia humana.

La transformación de la personalidad a través de la aparición del númen separa al ego de su antiguo sistema de consciencia y también de su anterior relación con el mundo, pero el precio de la conexión con el númen desconocido, que guarda en sí la posibilidad de lo creativo, es la renuncia a la seguridad proporcionada por la orientación consciente y la entrada en la paradoja fundamental de lo místico.

Para el ego, este encuentro místico con el no-ego es siempre una experiencia extrema, siendo que en ella el ego se mueve hacia algo que se encuentra fuera de la consciencia y su mundo racional y comunicable. Esta área situada fuera de la consciencia es, desde el punto de vista de la personalidad total que ha sido transformada, el área creativa por excelencia, pero para el punto de vista de la consciencia es un área de la nada. Esta área creativa de la nada en el hombre es el templo y temeno, la fuente y el paraíso, es como en la mitología Cananea, el punto focal donde EL, el gran Dios, se sienta “en el nacimiento de la corrientes, en el medio de la cabecera de los dos mares”. Pero es también el centro del mandala con todos sus símbolos, el lugar de Dios así como del anthropos; es el área donde la teología mística y la antropología mística coinciden.

La experiencia del espacio creativo del hombre es la fuente que lo llevó a proyectar la imagen de la creación partiendo de la nada, como es el caso no sólo de la teología judeo-cristiana, sino, de hecho, en toda experiencia mística y creativa.  El espacio creativo se encuentra en el centro de la antropología mística, y al mismo tiempo se encuentra en el centro de toda experiencia mística que circula alrededor de lo aculto de Dios. En virtud de este proceso central, que es desconocido en sí mismo pero que significa para el hombre la fuente más profunda de vida creativa, se debe decir que el hombre es un homus mysticus.

La psicología analítica llama a este centro self y así se coloca (384)en todo el centro de la paradójica verdad de que Dios y el hombre son una sola imagen, siendo que el ego no es el self; en su individuación la personalidad ya no se experimenta así misma como ego, o solo como ego, sino que como no-ego también, como ego-self. El místico sufre y es sacudido, tratando desesperadamente de expresar este punto oculto, el núcleo psicológico del self, que permanece inaprensible aún cuando el ego se hunde en él, que es paradójicamente intemporal aun cuando parece constituir el tiempo, que aunque transpersonal es el centro de la personalidad y que constituye la numinosa esencia de lo humano.

Donde esta paradoja, percibida como tal por el ego-consciencia (aunque no es un paradoja para la personalidad que la vive) se manifiesta, el hombre cae en la peligrosa paradoja de sus propias profundidades. Se enfrenta al problema sin final de la identidad, que constituye la verdadera sustancia de la psicología profunda. “¿quién es quién?” se convierte en la pregunta central, muchas veces la pregunta de la vida o muerte, de la salud o la locura. La eterna respuesta del este “tú eres esto”, tiene su contraparte en esta también eterna pregunta del oeste.

Pero, donde sea que un encuentro con lo numinoso toma lugar, el ego es abarcado por el no-ego, es decir, un cambio toma lugar en la personalidad. Este cambio puede ser un trance momentáneo o una transformación duradera; puede tomar la forma de un proceso ordenado, de lo que parece una irrupción caótica e indireccionada, transformando o destruyendo la personalidad en un destello repentino; se puede manifestar como una experiencia religiosa, amor, una creación artística, una gran idea, un delirio (cuando el elemento místico se manifiesta, la rigidez hasta ahora aceptada de un mundo ordenado alrededor del ego es rota  y un mundo dinámicamente cambiante y cambiado es revelado detrás del mundo.

El que esta revelación sea la irrupción de un misterio divino, cósmico o humano es de importancia secundaria aquí. Así, por ejemplo, el mismo árbol, puede ser reverenciado como el asiento de Dios, o como el árbol del mundo simbolizar el misterio del mundo psicológico; dentro del mundo de las leyes naturales puede llenar una vida de esfuerzos científicos, o puede reflejar en poesía o arte el númen que es. Todos esto son solo diversos aspectos del numinoso contenido-mundo “árbol”, que nosotros designamos como arquetipo porque su encuentro significa ser arrastrado a un trance místico y metamorfosis. Experimentado de esta forma, (385)el mundo todo es numinoso: todo lugar, toda situación, y cada creatura viviente, porque todas son potenciales portadores de la “chispa”, como dicen los Hasidim, capaz de iluminar la personalidad humana. El mundo y sus contenidos son numinosos, pero esto es verdad solo porque el hombre es un homus mysticus.

La tensión extrema que es generada en la psique humana por la separación entre la consciencia y lo incosciente, la tensión sobre la cual se construye la cultura humana, puede ser reducida a la tensión fundamental entre el ego y el self. El self está asociado como la situación arquetipal de perfección del uroboro y es la fuenta de la situación de aislamiento existencial del ego, mientras que el ego está asociado con la consciencia como el órgano de diferenciación y experiencia aislada.

El desarrollo del humano, como hemos dicho, se dirige hacia la ampliación de la consciencia y el fortalecimiento del ego; pero, por otra parte, requiere del fenómeno místico, el proceso creativo inherente en el encuentro transformador entre el ego y el no-ego. El desarrollo de la consciencia se articula en una síntesis de dos caras con el desarrollo de las formas de lo numinoso.

Al separar al ego del centro de la consciencia, toda experiencia con lo numinoso lleva a una aproximación de la situación original, y, por lo tanto, a una forma más o menos restringida de experiencia del self. Este hecho es la base de las religiones primitivas. El hecho de que el hombre puede experimentar lo numinoso y, en un plano superior, el numen, un Dios o a Dios en cualquier y todas las cosas, se ve reflejado en las formas de religión animistas, demonicas y politeístas. Cuando nos referimos a este fenómeno como experiencia, (386) aun cuando hablamos de experiencia restringida, del self, queremos decir que aun cuando el ego experimenta el no-ego de una forma restringida, es de todas maneras afectado por una experiencia numinosa que involucra a la totalidad de la psique.

No podemos entrar aquí en los síntomas psicológicos de la experiencia con el self numinoso. Siempre trae consigo la intoxicación que viene con un cambiado y más elevado sentimiento del self, un cambio en la posición del ego y la consciencia, y esto implica a su vez un cambio en la relación con el mundo y la colectividad.

Dado que la experiencia de lo numinoso es siempre experiencia del self y de la “voz” que trae la revelación, el ego que es afectado por ella es entre en conflicto con el dogma y los agentes de la consciencia dominante. La experiencia mística creativa es por naturaleza opuesta a la religión dominante y los contenidos de la consciencia dominantes del canon cultural, esto es, es en principio revolucionaria y herética. Podemos decir que donde sea que un “dado”, numen objetivado es venerado, la relación característica entre el ego y el no-ego que define el fenómeno místico es destruida. En consecuencia, todas las tendencias místicas se esfuerzan en disolver todas las formas tradicionales de religión y reverencia, aun cuando muchas veces disfrazan este intento como una renovación de las antiguas formas de religión. La auténtica, fundamental experiencia de lo religioso no puede ser sino anticonvencional, anticolectiva y antidogmática, dado que la experiencia de lo numinoso es siempre nueva.

Así, cualquier misticismo que consiste en la experiencia de contenidos dogmáticamente definidos es o misticismo de bajo nivel o misticismo disfrazado. Se trata de misticismo de bajo nivel cuando una personalidad incapaz de asimilar el canon cultural y el dogma religioso es abrumada por uno de los contenidos arquetipales del canon y la experimenta místicamente, como, por ejemplo, cuando el contenido arquetipal del la cultura cristiana es experimentada místicamente por los negros en una misión africana. Aquí la experiencia mística (387) revela todos los síntomas del misticismo primitivo. Esto, también es misticismo “autentico”, pero debe ser llamado de bajo nivel porque la fenomenología de la experiencia mística es regresiva al canon cultural del arquetipo. Pero este misticismo de bajo nivel, que no es infrecuente cuando el canon de una cultura superior es impuesto a un grupo con una consciencia menos desarrollada que aquella del grupo al que pertenece el canon cultural, es menos importante que el fenómeno de misticismo disfrazado.

La historia está repleta de ejemplos de místicos que, no dispuestos a arriesgar la peligrosa y frecuentemente fatal acusación de herejía, se vieron inclinados a comprometerse y, consciente o inconscientemente, redogmatizar su experiencia mística auténtica, adaptándolas a las formas del dogma prevaleciente. Dado que la experiencia mística se encuentra fundada en gran parte por arquetipos, podemos esperar que las expresiones de los místicos encuentren correlación unos con otros. De hecho encontramos este acuerdo en los efectos psicológicos de la experiencia mística, en la transformación que induce en la personalidad; pero en lo relacionad con los contenidos de la experiencia en sí misma, se encuentra que tiende a estar por lo general coloreada por el dogma prevaleciente. Rara vez encontramos simbolismo hindú franco entre los místicos católicos y viceversa. En sus discusiones sobre el Hermano Klaus y Loyola, Jung ha elucidado esta re-dogmatización.

Sin lugar a dudas, el miedo a la persecución por herejía llevó a los místicos en todas partes a la soledad. La naturaleza anticolectiva de sus experiencias y frecuentemente su extrema introversión tipológica también explicaba que tantos místicos la predicara el desprecio del mundo[1]  y se aislaban. No podemos contentarnos con una interpretación personalista y reductiva del fenómeno, aun cuando la hostilidad mística hacia el mundo, y la relacionada hostilidad hacia las mujeres que lleva a la práctica del celibato, muestran gran similitud (388) con los familiares síntomas neuróticos. Pero aun cuando tratamos con neuróticos podemos encontrar neurosis positivas y negativas; si aun en este punto la aproximación personalista y reductiva se ha probado inadecuada, ¿cómo puede esta aproximación ser adecuada para un fenómeno tan significativo para la historia de la mente humana como el misticismo?.

Aun cuando solo en la segunda parte de este trabajo veremos la relación en general entre neurosis y misticismo, debemos abordar este asunto brevemente aquí. El desarrollo del ego y de la consciencia lleva en todo sentido al aislamiento, lleva a la  soledad y sufrimiento del ego. Pero en el extremo, lleva también al aislamiento y especialización de la consciencia, a su completa absorción a lo puramente individual, a una escisión, una existencia puramente egoísta, que ya no puede aprehender toda la amplitud del contexto de la vida o su conexión con el espacio creativo y no se encuentra ya accesible a la experiencia mística. El extremo neurótico del aprisionamiento en un ego rigido y la consciencia es exactamente opuesto al primitivo o neurótico estado de una existencia inconsciente, sin ego.

Los esfuerzos del místico de sacarse a sí mismo del mundo, su aislamiento, y su ego, (el desaparecer en el área de la nada creativa y así recuperar la experiencia unificada del self y la totalidad, perfección y paraíso) es la respuesta comprensible contra el movimiento del ego a la solitud de la consciencia.

Pero aquí como en cualquier otra, hay una jerarquía del fenómeno. Así como sabemos que un estado bajo, sonambúlico y sin ego de proceso creativo, de arte o profesía, de la misma manera encontramos una forma sonambúlica de misticismo.  Y de la misma manera que la formas más elevadas del proceso creativo y de la profesía aparecen solo como una síntesis que emerge de la tensión mejorada entre el ego y el inconsciente, nos parece, contrarío al punto de vista actual, que las formas de misticismo más elevadas es la síntesis de tensiones más elevadas entre el ego y el self. De aquí que no es posible una aporximación adecuada al misticismo a menos que podamos distinguir y evaluar las diferentes formas y grados de relación entre el ego, el no-ego y el self.

Cualquier intento de comprender la experiencia del hombre místico como expresión de una relación varianble entre el ego y el self debe estar fundamentado en una psicología que tome en cuenta las diferentes (389) fases del ego y la consciencia en su desarrollo desde el inconsciente, y así hacerse de un sistema de coordenadas a través de las cuales registrar las diferentes formas de relación ego-self.

Una interpretación de este tipo del hombre místico, orientada a partir del desarrollo de la consciencia, hace posible distinguir entre niveles de misticismo temprano, elevado y último. Esta jerarquía hace referencia tanto a los estados del desarrollo del humano, en el curso del cual emerge el ego-consciencia, y los estados de la vida del individuo, que, a grandes rasgos por lo menos, recapitula el desarrollo filogenético.

El rol de las fases arquetipales en el desarrollo de la consciencia puede ser demostrado; a través del estudio de estas fases podemos determinar como el germen de la consciencia se libera de su continente original en el inconsciente, para finalmente alcanzar la independencia que caracteriza nuestra personalidad, dividida como está en un sistema de consciencia e inconsciente.

La situación inicial está dominada por el arquetipo del uroboro y la Gran Madre, con las que están asociados un ego y una consciencia parecida a la de un niño. El uroboro como símbolo del inconsciente que todo lo abarca, que contiene el germen de un ego que todavía no tiene independencia, caracteriza la condición psicológica de la era temprana de la historia de la humanidad, conocida por nosotros solo en raras ocasiones. Por razones que no necesitamos revisar aquí, la mitología dota esta condición con todos los símbolos de perfección. Es la pleroma, la esfera, el paraíso, es el lugar prenatal. Prenatal significa aquí lo que precede el nacimiento del ego y la consciencia, precede la escisión, el conflicto, el sufrimiento.

Llamamos al anhelo de regresar a este estado “incesto urobórico”, porque, en relación con este ego poco no desarrollado, germinal, el (390) uroboro aparece también como el arquetipo de la madre. El ego anhela entrar en este uroboro y así perderse. Esta fase domina la existencia más temprana de la humanidad, mientras que ontogenéticamente es característica de la infancia temprana.

Pero la nueva fase de la consciencia en crecimientos estar también dominada por el inconsciente, que ahora toma la forma arquetipal de la Gran Madre. En la infancia y niñez temprana, tanto la humanidad como el individuo deben encontrarse con el arquetipo de la Madre, que es la terrible madre devoradora cuando representa el conservadurismo del inconsciente.

Esta fase termina con la lucha con el dragón, que ontogenéticamente está relacionado con la adolescencia. En la lucha con el dragón, el ego triunfa al vencer los aspectos terribles del inconsciente, la madre urobórica, y así se convierte en el ego heroico. La separación de los padres cósmicos, la lucha con el dragón, transfiguración y renacimiento, liberación del ego y de la consciencia, la adquisición de la masculinidad “superior”, estos son los arquetipos que constituyen el canon de perteneciente a esta fase.

El ego heróico se escuda a sí mismo contra los poderes del inconsciente, el humano y el individuo inician su primacía. Como el principio de contradicción aparece a través de la “separación de los padres primarios”, los sistemas de consciencia e inconsciente se separan y el sistema ego-consciencia se vuelve relativamente independiente. Pero al mismo tiempo, la lucha con el dragón es un misterio de iniciación y renacimiento; el ego transformado en él es un hijo de Dios, un ser espiritual, y ha alcanzado la masculinidad “superior”. Solo después de esta transformación es el ego capaz de de convertirse en un vehículo de cultura y un miembro adulto de la sociedad. Aquí es indiferente si la lucha con el dragón toma lugar en el arco diurno de extroversión que consiste en la lucha con el dragón-enemigo exterior en el cual el arquetipo es proyectado, o en arco de introversión nocturna, que consiste en vencer al dragón interno en algún evento de iniciación interno. Ambas batallas son típicas batallas de renacimiento, como Jung ha demostrado.[2]

Esta fase de la lucha con el dragón termina con la (391) adquisición de un tesoro difícil de obtener, que es el símbolo del cambio creativo del propio hombre, y con la hierogamia, el matrimonio sagrado con la prisionera, el ánima liberada del poder del dragón. El motivo del amor, con su realización personal en el plano individual, trasciende por mucho la esfera personal, porque el arquetipo de la hierogamia determina la fase adulta de la humanidad y del hombre individual, como tipo de la unión creativa de opuestos.

La pareja masculina en este matrimonio sagrado es siempre el héroe como el hombre superior. Como en el mito y el ritual, el matrimonio es “causa” y “prototipo” de la fertilidad del mundo, esto es, de la vida creativa en el mundo. Esta fertilidad de la creatividad, personificada en el mandato “ser fructíferos y multiplicaos”, aplica a todas las fases de la vida, pero presupone escisión y diferenciación, una polarización de opuestos. Solo una consciencia masculina, un ego establecido, puede ser fructífero con el ánima; solo un principio masculino que ha obtenido su forma superior de iniciación puede ser fructífero con la hembra.

La fase final y madura del humano y del desarrollo personal, que llega más allá del zenit del dominante ego-consciencia, está caracterizada por la metamorfosis e integración de la personalidad, como vemos en el proceso de individuación.

Esto también está prefigurado en el mito, en la figura arquetipal de Osiris. Así como el sol se eleva y desciende en su camino a través del cielo, también la consciencia se desarrolla en cada individuo a medida que pasan los años, y la individuación es el final de su arco diurno. La metamorfosis de Horus=sol=ego de esta fase, se mantiene bajo el signo de Osiris, el “primero de los dioses del oeste”. Al final y muerte del curso del sol, Osiris, el self, recibe y Osirifica al ego=sol=hijo y lo transforma en el self. La mitología y rituales monásticos de los egipcios contienen muchas de las relaciones paradójicas entre el ego y el self, Horus y Osiris. El misterio de misterios: “Yo y el Padre somos uno”, también predice esta fase final de la transformación que es llamada individuación y que culmina con la muerte del ego y el final de la vida.

La psicología analítica distingue tres grandesFigura 1 Mystical Man fases en el desarrollo de la personalidad. Cada fase se caracteriza por la (392) predominancia del mismo grupo arquetipal que determina la correspondiente fase en el desarrollo de la humanidad. No hace falta decir que estas fases de desarrollo individual no caben dentro de ningún esquema
cronológico rígido, sino que solo se aproximan a cierto grupo de edad aproximado.

El estadio de la infancia y niñez, el período en el que el ego y la consciencia gradualmente se liberan gradualmente de la contención total en el inconsciente y adquieren independencia y sistematización, termina en la adolescencia, esto es, aproximadamente a la edad de 18 años. La cúspide de la vida se extiende desde el final de la pubertad hasta aproximadamente los 54 años. Este período se divide en dos períodos de 18 años, entre los cuales, aproximadamente a los 36 años, descansa el momento crucial. Y finalmente, tenemos el período final, concluido por la muerte. Diagramados, estos números nos darán cuatro partes iguales. Al inicio, o al extremo oriental encontramos la total inconsciencia del estado pre-ego. Al zenit de la adultez hay una consciencia desarrollada, centrada alrededor del ego, que se encuentra incorporo al canon cultural de valores prescritos por su grupo y tiempo. La diferenciación de consciencia e inconsciente ha avanzado tanto que el ego se identifica casi totalmente con la consciencia; y el inconsciente, precisamente porque es inconsciente, se mantiene fuera de su campo de visión, del que ha sido completamente removido y escindido. Esta fase, que va de la pubertad al climaterio, está determinada por los símbolos de la lucha con el dragón y el canon perteneciente a él: transformación del self, renacimiento, asesinato del dragón, hierogamia, conquista del tesoro, y fundación del reino.

La fase final, la de la edad madura, se mantiene bajo el signo de Osiris y va de la diferenciación a la integración, de la dominación del ego como el centro de la consciencia a la del self como centro de la personalidad, y de la división entre el consciente y el inconsciente a una nueva síntesis.

Así como el nacimiento del ego está precedida por el mundo prenatal de la fase del pre-ego, que es conocida para la personalidad solo por experiencias límite, también la muerte del ego está seguida por una fase post-ego. Esto también, es conocido para la personalidad solo en (393) experiencias límite.  Asociado con esto está el misterio de la transformación de Osiris-Horus y los arquetipos del ritual egipcio de del rey y de la muerte.

Observado desde el limitado punto de vista del ego y la consciencia, la pleromática área del período pre-ego se encuentra con la pleromática área del período post-ego. Esto es simbolizado por el circulo urobórico. Que numinosamente abarca la vida y en el que el principio y el final se unen.

Si contemplamos la carrera de la personalidad desde el nacimiento hasta la muerte, y de la total contención en el inconsciente a la integración en la fase final, vemos que en el curso de su transformación ésta pasa por zonas arquetipales que se (394) manifiestan asociadas con las fases de la vida natural. El camino solar del ego elevándose desde su extremo este y su descenso en el extremo oeste siempre pasa por un definido sector el firmamento arquetípico del inconsciente colectivo. Pero el sistema psicocósmico con el que el ego se las tiene que ver en este proceso de metamorfosis se extiende más allá, por encima y fuera del firmamento de imágenes arquetipales descansa el área urobórica de la pleroma informe. Esta es la niebla cósmica de Dios, lo numinoso indefinido, el espacio divino que llena la interioridad psicológica del anthropos.

No hemos esforzado en definir lo místico como el encuentro del ego con lo arquetipal, con el numen, y con lo pleromático, lo numinoso informe. Si ahora vamos más allá y tratamod de asociar las diferentes formas de misticismo con las diferentes fases de la vida del hombre, no es con el sentido de satisfacer ninguna necesidad de sistematización.

El fenómeno místico es, como hemos dicho, siempre dependiente del hombre al que se le manifiesta; la epifanía del numen es dependiente del estado de desarrollo de la personalidad, y el alcance de la revelación en la que el numen se puede manifestar es contingente con el alcance de la personalidad que recibe la revelación.

En el área del anthropos, lo numinoso difuso se manifiesta primariamente como un centro inconsciente que (como en la vida orgánica como un todo y quizá más allá) opera como una fuerza diferenciadora y centrado, dirigiendo lo vital hacia una organización creciente. Pero en el hombre la vitalidad de la totalidad del inconsciente, que llamamos centroversión, lleva a la formación de un nuevo centro, un centro paralelo, es decir, el ego. Este ego (por una cantidad de razones que no podemos abordar ahora) está hecho a imagen del self. Opuesto a esto es el numen creativo como la plenitud de un la creciente formación de un mundo interno y externo. Experimentar este numen formado es función del ego como centro de la consciencia en desarrollo. El final del proceso es la individuación, en la que el ego alcanza (395) a un encuentro consciente con el self.

[1] Nietzsche se molesta con ellos y los llama “los del otro lado del mundo”, esta es una visión del porque su prédica de “el otro lado del mundo”

[2] Jung, Carl (1956) Símbolos de Transformación