(esta es la primera parte del articulo. Principalmente por su magnitud, tuvo que dividirse en dos entregas)
En general, cuando una persona asiste a consulta psicológica dice: «voy
al psicólogo». Aunque algunas veces lo que dice es verdad, en muchas otras no lo es. La idea de que psicólogo (o psiquiatra) y psicoterapeuta pueden ser cosas muy distintas resulta a algunos un tanto sorpresivo. Pero esta confusión está avalada por una historia que no es del todo lineal. Lo que nos parece una profesión homogénea, la de la psicoterapia, resultante de una rama del saber coherente y ordenada, la de la psicología, es en realidad el resultado de una historia con muchos caminos divergentes que en ocasiones no llegan a cruzarse en lo absoluto.
La verdad es que los primeros psicólogos, los reconocidos como tales por la academia por lo menos, eran en realidad científicos de laboratorio que estudiaban procesos mentales (como tiempos de reacción y teorías de asociación) utilizando el método científico, con
personas a veces y otras con raticas de laboratorio (o perros en el caso del conocido Pavlov, que por cierto se tropezó con sus descubrimientos psicológicos estudiando el funcionamiento del sistema digestivo). Estos primeros «psicólogos» eran en realidad más fisiólogos, neurólogos y otros especialistas médicos, dedicados a la investigación científica de la mente. El objetivo de sus investigaciones era el conocimiento de la conducta y los procesos mentales, es decir, no había nada de «terapéutico» en su búsqueda, estos psicólogos estaban muy lejos de ser psicoterapeutas y tampoco tenían interés en eso.
Casi en paralelo, empezaba también la medicina a hacer suyos problemas que en un principio no parecían de su incumbencia ya que por su manifestación no dejaban saber ninguna disfuncionalidad en el cuerpo, que es el lugar donde actúan los médicos, como es el tema de la locura o los problemas «del espíritu», que se suponían debía tratar más bien la religión (esta historia, la de la locura es muy interesante y merecerá un artículo aparte, pero por ahora seguimos con la de la psicología). Inclusive hubo modestos avances que se lograron en la antigüedad, en tiempo de Hipócrates y Galeno, que quedaron perdidos en el tiempo y solo se continuaron acumulando desde hace muy poco. Si la ciencia médica en general se encontró con bastantes dificultades y serios retrocesos durante la Edad Media, es de imaginarse qué sería de la incipiente psiquiatría cuando las ahora llamadas enfermedades mentales, eran entendidas en toda regla como posesiones diabólicas.
Con la ilustración, ya en el siglo XVII, es que empieza a abrirse campo una explicación más médica de la locura. Nacen en esta época tratamiento guiados al fortalecimiento y restitución del sistema nervioso, que se supone el «lugar» donde reposa la enfermedad mental. Es interesante notar aquí el inicio de una fantasía en la que todavía hoy nos enmarañamos. Nacen en esta época los jarabes de hígado de pescado ideados para curar la ansiedad, o la ingesta de jabones para «purificarse», es decir, limpiarse por dentro, etc. Estos fármacos son los precursores de los antidepresivos de hoy, las «pastillas de la felicidad», el elixir mágico que seguimos esperamos encontrar en diferentes medicamentos. Estas pastillas de hoy guardan en realidad poca distancia con esas «medicinas» y forman parte del espejismos bastante vivo en nosotros aun. Pero esto aun no es psicoterapia tampoco. Lo que atestiguamos aquí es el nacimiento de la farmacoterapia para el tratamiento de los problemas mentales, tradición de la que se hizo heredera la psiquiatría más tarde.
El siglo XX nació a una psiquiatría que todavía era muy pobre. No hace falta decir que con un avance más bien lento cuando vemos que al día de hoy todavía no hay una cura definitiva para casi ninguna de las enfermedades mentales y que las explicaciones al por qué funcionan los medicamentos antipsicóticos no pasan de hipótesis a modo de esbozo (hipótesis que de paso no son tales ya que son imposibles de probar con los medios técnicos a disposición). No tendría entonces nada de sorpresivo el que una de las contribuciones más interesantes de la historia a la terapéutica de los problemas psicológicos nos llegara no de uno de los psiquiatras de esta época, que se encontraban ocupados en la búsqueda de medios físicos para la solución de los problemas mentales, como los baños de sales o de los electroshocks, sino de la mano de un neurólogo que buscaba la cura para una serie de problemas de manifestación física, pero sin explicación orgánica a la vista. Este neurólogo no era otro que Sigmund Freud y la enfermedad que lo ocupaba era la histeria.
Las histerias proporcionaban un campo de trabajo excepcional, ya que se trataban de enfermedades muy notorias de manifestación física, como la parálisis de algún miembro, ceguera, asfixias, etc. pero imposibles de explicar y por tanto tratar médicamente (aunque desde la psiquiatría no faltaron intentos desde los ya comentados baños, pasando por lavados vaginales, la extirpación de algún órgano que se suponía causante del problema, aceites ingeridos y tópicos, electroshocks, y un largo etcétera, todos solo un poco más ineficientes que muchas de las medicaciones con las que se cuenta hoy en día).
Freud en realidad se «tropezó» también con la cura, al conocer el caso de un colega que conseguía mejoras a los síntomas de su paciente histérica permitiéndole a ésta hablar sin parar sobre cualquier cosa mientras la escuchaba su médico. La genialidad de Freud estuvo en la disposición para abandonar todos sus supuestos y lanzarse a la elaboración de un modelo transitorio que le permitiera explicar los mecanismo de esa «cura a través de la palabra» para la que la medicina no tenía discurso alguno. Freud desde un principio suponía que en el futuro se descubrirían los mecanismos fisiológicos detrás de los síntomas histéricos, de manera que las teorías que siguió desarrollando durante toda su vida eran solo un «mientras tanto» para dar explicación a la enfermedad que encontraba frente a sí (y que explicación consiguió!, termino por cambiar la faz del pensamiento a nivel universal y sobre las otras ciencias humanas).
Un comentario en “No todo psicólogo es psicoterapeuta y no todo psicoterapeuta es psicólogo. PARTE I”