La alteridad puede ser entendida como metáfora de lo que nos distingue subjetiva y objetivamente del , “otro- mundo”. En esta ocasión la invitación es a que veamos que ese otro, «distinto a mí”, que ocupa nuestro interior. Esto deja de ser paradójico una vez que lo enlazamos al arquetipo de Sombra, entonces comencemos:
Si hablamos del rechazo del otro, debemos aclarar si es el otro (ese aparente no yo) en el que yo transfiero o proyecto todos mis miedos, es decir, mi yo en la alteridad, aquel que siempre veo “afuera”, ese mi ser otro, o si por el contrario es “el otro” que puedo llegar a reconocer en mi y que también me produce miedo, por desconocido, por ausente o por hacerse presente con una vida desde lo oculto, que produce angustia, porque me pone de cara a la posibilidad de lo que puedo llegar a ser o lo que he podido ser y no he sido. Cuando ocurre el rechazo del otro lo llamamos: El extranjero, el diferente, la Sombra. Y Mientras no logre conciliar estos contrarios, ocurre algo aterrador: quedamos presos del horror que este otro yo nos produce.
Voy a trabajar la idea del otro , del doble, del gemelo interior, pero teniendo siempre como hilo conductor a mi yo pasado, reconociendo a la figura del doble como el emisario de lo que ha dejado de ser , de la muerte (de cada momento anterior) , porque como bien señala Carotenuto en el capítulo que titula este ensayo:
“…Esta es la verdadera cualidad del doble: de hecho, parece representar nuestra vida no vivida, las personalidades dejadas en la sombra, nuestras muchas almas, aquello de nosotros que hubiese podido no existir pero no pudo…”[1]
Parafraseando a Daniel Zúñiga-Rivera : decimos que cuando
“ … el pasado se encarga de pisarnos los talones, es como si la vida se convirtiese en una especie de gigantesco e interminable déjà vu. Entonces es el momento en el aparece «esa gente» que más que gente, podríamos llamar ‘fantasmas’. Comenzamos a sentir que hablamos solo de melancolía, de locura, y que sólo somos capaces de movernos con seguridad entre las sombras…”
Muchas veces el otro se nos presenta en nombre de algún amor inconcluso nos arranca del sueño en plena madrugada y nos reclama la razón del ¿por qué terminamos en la otra acera?, es también esa aventura nunca llevada a cabo, la palabra jamás enunciada, el paso nunca dado, la oportunidad perdida, la puerta que nunca nos atrevimos a cerrar: todo esto nos pone frente a un juez inflexible que nos cobra lo que no fuimos capaces de hacer en algún momento de nuestras vidas y que más tarde nos vimos obligados a justificar con palabras como prudencia, comodidad, razón, deber…,pero esto no basta para alejar el desasosiego. En el fondo reconocemos que nada nos funciona como analgésico, que por más que invoquemos la amnesia como recurso último llegará en su nombre la memoria y lo corromperá todo. Ese es el otro, el que nos recuerda que lo que no se hizo, permanece en el pasado: inmutable, indiferente e irrepetible… el que se cuela en el presente con una fuerza para muchos casi insostenible porque nos lleva a una situación de tal impotencia que con dificultad logramos salir de ella. El otro como espejo nos devuelve con descaro una imagen de nosotros que nos angustia, o que simplemente detestamos. Porque es el recordatorio innegable y quejumbroso de lo que no nos atrevimos a ser: de lo que somos y no somos, podemos decir que el fantasma nos persigue y muchas veces nos alcanza.
Les pido detenernos en la imagen del dios Jano o Bifrons (el gemelo), Jano Geminus , deidad romana representada con dos rostros unidos por la línea de la oreja y la mandíbula, mirando en direcciones contrapuestas. Como todo lo orientado a la derecha y la izquierda, es un símbolo de totalización, de anhelo de dominación general. Parece ser que los romanos asociaban a Jano al destino, al tiempo y la guerra. Sus rostros se dirigían hacia el pasado y el futuro (conciencia histórica) y determinaban el conocimiento de lo destinal .Pero se trata de dos rostros que impiden advertir el verdadero, (central) el del eterno presente.[2] Y como diría Cortázar: A todo el mundo le pasa igual, la estatua de Jano es un despilfarro inútil, en realidad después de los cuarenta años la verdadera cara la tenemos en la nuca, mirando desesperadamente para atrás. Eso es lo que se llama propiamente un lugar común.”[3]
Al hablar de Jano, creo que nos obliga a mencionar el término integración, en el sentido que mientras mayor sea la integración de nuestro pasado más llevadera será nuestra experiencia del presente ¿Qué quiere decir esto?: La integración vista como finalidad creo que es algo que deberíamos revisar: decir que nuestra meta es la integración es aceptar que llegaremos a un punto que no seremos capaces de vivenciar ninguna experiencia más. Cada vez que se logra una integración, (porque tenemos que tener claro que lo que hay son procesos integrativos), se genera un nuevo proceso de separación, . Es decir, en la medida que voy conociendo al mundo, el mundo va creciendo para mi. Es evidente que nuestra experiencia del objeto (el otro) va cambiando nuestra propia conciencia, y por consiguiente la experiencia en la alteridad que tenemos de ella o sea, que cuando me reconozco en algún aspecto en el otro, eso me modifica, y por ende, se abren nuevas vías de reconocimiento. Por lo que podemos decir, que el proceso de integración es infinito: el proceso de conocimiento no tiene fin (no termina ni en el sujeto histórico ni en el sujeto individual). Sin embargo, es esa necesidad de ir integrando permanentemente la que nos permite salir de la estrechez de la conciencia, porque como bien escribió Jung:
“…Quien se protege de lo nuevo, de lo ajeno y regresa al pasado está tan neurótico como quien se identifica con lo nuevo para huir del pasado…”[4]
Carotenuto lo asocia a esa “característica perturbadora del acogerse a la polaridad de ausencia/repetición… que no deja de ser , un juego de opuestos que continuamente se remiten uno al otro…”[5]
Esto me lleva a pensarlo en términos de regresión. A la vez que lo asocio a la neurosis y leo un texto de Jung:
”… Siempre que una persona cree hallarse ante un obstáculo aparentemente insuperable, retrocede: opera expresándolo ahora técnicamente, una regresión: vuelve a aquellos tiempos en los que se encontró en una situación similar y trata de hacer uso una vez más de los medios que en aquella ocasión le resultaron de ayuda. Pero lo que fue de ayuda en la juventud, resulta inútil en la vejez”[6]
Como escribe Jung:
“El estado de estancamiento (refiriéndose a la libido) se caracteriza siempre por la desintegración de los pares de opuestos(…) Cuanto más dure el estancamiento, más aumentará el valor de las posiciones opuestas, (…)La tensión da lugar al conflicto; el conflicto da a lugar a intentos de represión mutua, y si se consigue reprimir a la parte contraria surge la disociación, la “escisión de la personalidad la disconformidad con uno mismo y, con ello, la posibilidad de neurosis…” [7]
“la regresión provoca la necesidad de adaptación al alma, al mundo psíquico interior”. [8]
En esta entrega me detendré en este punto, en el que se ha asomado el tema de la neurosis, de la tensión de opuestos, del término regresión que para C.G. Jung no es al menos no del todo un término peyorativo sino que por el contrario son aquellos que posibilitan nuestros (procesos) de integración.
Seguiremos con este tema , que me resulta particularmente referencial. El otro; afuera, adentro, el que reconozco parecido, el que aborrezco por distinto. En fin, la alteridad a través de la que me cuestiono, me construyo, me identifico , me relaciono , me encuentro y me desencuentro.
Hasta la próxima.
[1] P.116 Carotenuto., A, cap. XI, la discreta fascinación del horror.
[2] P.265ss Diccionario de símbolos, Juan Eduardo Circlot, Ed.Siruela.
[3] Papeles inesperados, Julius Florencio Cortázar, p.193 ss.
[4] La Dinámica del Inconsciente, tomo 8, OC, ed. Trotta, pp767.
[5] P.116,Carotenuto, cap. El miedo al otro: la fasc. Discreta Del horror
[6] Jung,C.G, Vol 7.prr.117, trotta (OC)
[7] Prr61, vol8,oc,trotta
[8] Prr 66, vol 8, oc, trotta