Identidad, Alteridad y Sombra

                                                       Y yo sola con mis voces,
y tú tanto estás del otro lado,
que te confundo conmigo…
Alejandra Pizarnik

Tras la lectura del libro del analista junguiano Aldo Carotenuto: “ Il fascino discreto dell orrore”,(La fascinación discreta del horror).  Confieso que no fue poco el tiempo que quedé detenida en la lectura y re-lectura del capítulo titulado:  Espejo de mis anhelos. (Specchio delle mie brame).

De ahí vienen estas reflexiones sobre el Yo (la identidad), el otro (arquetipo de la alteridad) y la Sombra.

Soy yo, esta que observa y narra: Yo, idéntica a mí misma y correlato de un cuento a mil voces.

Partiendo  del presupuesto que no podemos hablar del Yo fuera del contexto de un mundo que lo rodea, lo observa , lo mide, etc. Y que comenzamos a ser una vez que mencionamos ese bienaventurado Yo, dejo algunas reflexiones.

Espejo de mis anhelos

Espejito, espejito: ¿Quién es la más bonita? ¿Quién es la más amada? ¿Quién soy delante de ti?… ¿No nos  hemos preguntado esto  alguna vez?.

Como bien señala Carotenuto,  la imagen que nos devuelve el espejo nos coloca en una situación en la que lo imaginario cobra vida y nos pone en relación directa con el mundo de la infancia. Dependiendo de cómo hayan sido nuestros primeros recuerdos,  así será la relación con el propio reflejo, y si aceptamos que la memoria es el ejercicio permanente de la imaginación podemos decir que  esta será  la que dicta la relación que voy a establecer con la imagen especular. Es decir, dependiendo de mi memoria  la relación con el espejo será tranquilizadora y gratificante o  por el contrario,  será una relación  menos feliz y nos conducirá a un espacio infinitamente inquietante.

La escritora afroamericana Tori Morrison  escribe que  “los espejos tienen bordes que cortan la autoestima”, y entonces pregunto ¿Qué vemos en el espejo cuando nos encontramos a nosotros mismos? ¿Somos igualmente verdaderos o igualmente falsos? ¿Hay uno más verdadero que el otro? Pienso que la respuesta estará dada  en relación a ¿Qué vio el otro cuando me vio (por primera vez) a mí?  ¿Fui de su agrado o fui aquello que nunca le gustó?  Es por esto que podemos decir que   el espejo no refleja, compara, compara con la imagen deseada por el otro. De aquí la idea de Winicott  quien señala que el rostro de la madre es el  precursor del espejo. Y señala:

 “…La indiferencia o el desprecio de la madre, tanto como su amor, pueden ser la matriz en la que el sujeto adquiere forma y consistencia, el espacio en el que el sujeto puede llegar a regodearse, disfrutar o envenenarse con la imagen de sí mismo. Cuando la madre mira al bebé, éste por lo general se ve a sí mismo, él capta lo que ella ve en él. Si la madre no puede  responder a las expectativas emocionales de los hijos, ellos  miran y no se ven a sí mismos: Así tratado, el bebé crecerá sintiendo perplejidad ante los espejos y ante lo que estos pueden ofrecer. Si el rostro de la madre se muestra indiferente un espejo será una cosa que se mira, no algo en donde uno  mira…”[1]

Recuerdo a la escritora Marguerite Yourcenar en una de sus obras autobiográficas   titulada: Recordatorios, cuando  dice:

¿La hubiera querido yo?              

En sus treinta y un años y cuatro meses de existencia, yo sólo había ocupado el pensamiento de mi madre algo más de ocho meses como mucho: primero, había sido para ella una incertidumbre, luego, una esperanza, una aprensión un temor, durante unas horas, un tormento…” [2] 

Que vería Marguerite en el espejo, esa niña que se quejaba de “una madre que no entrevió la inmensa desesperación de una vida que  comienza con un crimen”.

El poeta italo-argentino Antonio Porchia nos dice:

“…Casi siempre es el miedo de ser nosotros lo que nos lleva delante del espejo: no perdonamos ser como somos…”

 En relación a lo que escribe Porchia, podemos decir que no perdonamos ser como somos porque siempre estamos a la expectativa de la mirada del otro, incluso en su ausencia.

Es por esto que me parece importante retomar la idea del estadio del espejo de Jacques Lacan[3],  cuando ponemos a un niño pequeño frente a un espejo, (esto ocurre entre los 6 y los 18 meses), es decir, aún el niño no habla. Lo primero que percibe el niño es que es alguien que no tiene nada que ver con él, pero poco a poco se va dando cuenta  que ese otro no es cualquier otro sino su otro, él enfrente de él  reflejado. En esa interrelación, en ese juego del entrar y salir del espejo, del estar y no estar, va dándose cuenta que se trata de él mismo. La bondad del reflejo le permitirá reconocer que tiene el pelo rubio, los ojos grandes, que es gordito, etc. Ahora bien, no es difícil reconocer que el mundo no es más que el reflejo o los modos de mi reflejarme, aspectos de mí mismo, soy fundamentalmente como otro, soy en la mirada del otro, ya sea destituyéndome del mundo o dándome la bienvenida: ¿ Qué será aquello que el Otro ve en mí? Esto es, grosso modo, lo que conocemos como dialéctica.

Lo que quiere decir es que cuando conozco un objeto me estoy conociendo a mí mismo. Cuando pienso, re-flexiono, pensar significa entonces desdoblarse, desdoblamiento entre un sí mismo y su reflejo como la única manera de poderse ver, de saberse.

“…El estadio del espejo no es algo transitorio; es una estructura permanente, arquetipal e individual, que encuentra en el ámbito de lo imaginario su momento de unidad…” .[4]

La labor del terapeuta es conducir al paciente no solo al re-descubrimiento unos “nuevos” valores que sirvan de sostén  como atributo a su personalidad. Lo cual no hace sino reafirmar el sentido prospectivo al que tanto se refirió C.G Jung , ese sentido de entelequia que nos brinda un norte que desdibuja, moviliza, interviene sobre un pasado que pudo haber quedado petrificado y su potencial para el desarrollo de un presente que puede despertar al sentido.

El terapeuta se presenta entonces como el Virgilio de Dante que acompañará a la consciencia al encuentro con su inconsciente.

Sobre el encuentro analítico C.G Jung señala lo siguiente:

“…No solo  entran en consideración los complejos de uno, sino también los del otro. Todo diálogo que avance hacia territorios defendidos por el miedo y la resistencia apunta hasta lo esencial, y al inducir a uno a la integración de su totalidad, obliga también al otro a adoptar una postura más completa, es decir, también una totalidad, sin la cual este último no lograría avanzar la conversación hacia esos territorios íntimos defendidos por el miedo…”[5] 

Soy, aún cuando tengo que reconocer que soy en la medida en que soy visto, soy para el otro, soy para la mirada ajena. Entendamos que el otro (mundo) es una metáfora en el sentido de reflejo:  mi mundo el  juego especular, la  paradoja de ser uno mismo (YO) en relación a la construcción colectiva que colocan sobre mí (proyección).

Ven lo que soy, pero soy además lo que los demás quieren que sea  y paralelamente  también verán aquello que refleja mi espejo, ese  que no olvida esa primera mirada, ( la primera identificación emocional que hizo la psique) .

Soy el resultado de las proyecciones que el mundo pone en mí y lo que pongo en el afuera para reconocerme  y devenir otro de mí mismo, hacerme otro, es así como  que me transformo,  me individúo, me diferencio.

Ciertamente la  madre es la precursora de nuestra relación  y nuestro vínculo posterior con el mundo, ella fija de una vez y para siempre nuestra relación con nosotros mismos, lo que significa que a partir de ella podré imaginarme como un ser amado o detestado, ignorado, atendido o despreciado. Por lo cual podemos afirmar,  como bien señaló Schopenhauer que  el mundo es mi representación: el mundo es la suma de mis complejos, y volviendo al espejo: ¿Qué puedo ver reflejado sino aquello que siento que soy? Soy mis complejos, solo  a través de ellos  puedo observar al mundo que no deja de ser un espacio de relaciones internalizadas.

Hay un cuento que ilustra brillantemente lo que les acabo de narrar y es el cuento del espejo roto de Andersen,  el cual dice así:

“…Había un troll malo, uno de los peores: era el demonio. Un día estaba de un humor de perlas porque había hecho un espejo que tenía la propiedad de que todo lo bello y bueno que se reflejaba en él desaparecía de inmediato y se quedaba prácticamente en nada, mientras que lo malo y feo resaltaba y se volvía aún peor. Los paisajes más hermosos parecían espinacas cocidas, y las mejores personas se volvían horribles o aparecían de cabeza y sin barriga, las caras quedaban tan desfiguradas que no se podían reconocer, y si uno tenía una peca podía estar seguro de que se le extendería por la nariz y la boca. Era de lo más divertido, decía el demonio. Si una persona tenía un pensamiento bueno y piadoso, en el espejo aparecía una mueca, y el demonio troll se reía mucho con su invento. Todos los que iban a las escuelas de trolls, porque había una escuela para trolls, contaban por todos los lados que aquello era un milagro. Sólo ahora podía verse, decían, cómo eran realmente el mundo y las personas. Echaron a correr con el espejo, y al final no quedó país ni persona que no se hubieran visto desfigurados en él. Ahora querían dirigirse al cielo mismo para burlarse de los ángeles de Nuestro Señor. Cuanto más alto volaban con el espejo, mayor era la mueca que aparecía, y apenas podían seguir sujetándolo. Subían cada vez más a lo más cerca de Dios y de los ángeles. Entonces, el espejo tembló de tal modo al hacer la mueca, que se les escapó de las malo y se precipitó hacia la tierra, donde se deshizo en cientos y miles de millones de pedazos y aún más, y entonces causó aún más desventuras que antes, porque algunos pedazos eran apenas mayores que un grano de arena, y se fueron volando por el ancho mundo, y cuando se le metían a alguien en el ojo allí se quedaban, y las personas lo veían todo deformado, o sólo tenían ojos para el lado malo de las cosas, pues cada granito de espejo conservaba la misma propiedad que el espejo entero. A algunas personas se les metió incluso un trocito de espejo en el corazón, y era horrible, pues el corazón se les convertía en un pedazo de hielo. Algunos pedazos de espejo tan grandes que los usaron como cristales de ventana, pero a través de esos cristales no resultaba agradable ver a los amigos. Otros pedazos fueron a parar a las gafas, y las cosa fueron de mal en peor, porque la gente se ponía las gafas para ver mejor y no equivocarse al juzgar, pero lo malo se reía tanto que les hacía temblar la barriga y eso les daba unas cosquillas de lo más agradable. Y algunos pedazos siguen volando por el aire.

El espejo me devuelve mis aspectos de Sombra y Persona, soy aquello que se escinde y re- unifica, proceso que permite la ampliación de la consciencia .

Recuerdo a Fernando Pessoa, perdido infinitamente en sus heterónimos o alter egos : Alberto Caeiro, Ricardo Reis,  Álvaro de Campos, cada uno  como una mirada hacia adentro:

¿No es esta despersonalización en la literatura de Pessoa una forma de recrear de manera distinta y diversa  aquello que ocurre en el espejo? No es ninguno y sin embargo es cada uno.

Leo a Pizarnik:

El poema que no digo
El que no merezco
Miedo de ser dos
Camino del espejo:
Alguien en mí dormido
Me come y me bebe.

Y me topo  con  la imagen  fotográfica:

“…¿Pero cuántas vidas hay en una vida? Probemos a ver la vida de una persona a través de las fotografías de épocas diferentes: ¿No nos dará un escalofrío de temor? ¿Es la misma persona segmentada en varios tiempos, o el tiempo segmentado en diferentes personas? Y aquellos que envejecen con la misma cara de cuando eran niños ¿Acaso no nos causan terror? Además, ¿Cuánto dura el tiempo de una vida? ¿Tiene razón el registro civil o el Genio de las Mil y una noches encerrado en su ampolla? “Siglos y siglos, y sólo en el presente ocurren los hechos; innumerables hombres en el aire, en tierra o  en el mar, y todo lo que  realmente sucede, me sucede a mí…” [6]  

¿Somos ese? ¿Somos uno? ¿Somos cuántos? ¿Cuántas vidas  caben en una? Todas. Al final es realmente uno y el mismo el que como espectador observa su propia finitud  e impotencia para alcanzar la vida plena.´

Mayra Molina

@mayamv1

[1] P.104 Memoria y espanto

[2] P.66 Yourcenar

[3] Cuando hacemos referencia al espejo, no nos referimos a un único espejo, la realidad en general es un conjunto  infinito  de espejos, así como toda experiencia que tengamos en nuestras vidas.

[4] revisar

[5] Obra complete trotta, tomo 8, la dinamica del inc..parr-213

[6] Tabucchi,A., Un baúl lleno de gente, Ed.Temas, Buenos Aires, 1990, p.57.

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